Una de Thelma y Louise
A veces no puedo
alejar estos pensamientos de mi cabeza.
Porque antes era
más fácil. Antes estabas tú. Estábamos las dos, como yo estoy ahora.
Tumbadas sobre el
capó desconchado del viejo coche, que ni ruedas tenía. Lleva años así y no
recuerdo qué hicimos con ellas. Un viejo Mercedes verde, feo como él solo,
abollado por todas partes y comido por la herrumbre.
Recuerdo el día
que arrancamos los asientos de atrás y los llevamos hasta nuestro refugio de
bloques de hormigón, para usarlos como sofá. Con el tiempo se convertiría en
uno más de la familia, con sus cicatrices y todo. Como nosotras.
El día que
reventamos la luna y los cristales de las ventanillas con un martillo, porque
te habían expulsado del instituto y necesitabas desahogarte. El mosaico de
cristales todavía se puede ver, si rebuscas un poco entre los hierbajos que han
ido creciendo con el tiempo. También como crecimos nosotras. A contracorriente
del mundo. Como siempre.
Esta noche hay
tantas estrellas que me cuesta ver la Luna. O tal vez es que ya voy demasiado
colgada, a medida que el denso humo del canuto de maría se mezcla con la
infinita oscuridad de la galaxia. Formando nubes ocres que desaparecen en esta
mierda de humedad otoñal.
Ahora odio el
puto otoño. Porque me recuerda a ti.
Qué mierda…. Odio
la primavera, el verano, el invierno…
A veces no puedo
alejar estos pensamientos de mi cabeza.
Antes estabas tú
justo aquí, a mi lado. Sobre el capó desconchado. Fumando y contando estrellas,
cogidas de la mano como si fuésemos las jodidas Thelma y Louise.
Ahora, no puedo
evitar pensar que tal vez el único cielo que estés contemplando son tres metros
de tierra batida y una colonia de gusanos sobre ti…
Llevas dos meses
desaparecida según todos los noticieros y periódicos. Esa es la versión
oficial. Para mí llevas dos meses, cuatro días, trece horas con dieciséis
minutos y, ahora, veintidós segundos.
Y no puedo evitar
odiarte, por robarle tiempo al tiempo de nuestras vidas. Ya sabes, el que
prometimos que pasaríamos juntas. En este vertedero de chatarra y en todos
lados. El cielo es el límite. Joder,
cómo nos gustaba soñar.
Aguanta un poco
más, porque te voy a encontrar.
Voy a volver a soñar. Aunque sea con tus huesos.
Mentira de mierda
Como le dije a
aquel policía.
“No. Pero mataría
por volver a verla”
No. Pero te
mataría a besos. A abrazos. A bocados. Hasta no saber si la sangre que mancha
mis manos es tuya, mía. O del cabrón que te haya tocado.
De todos los
cerdos, pirados, retrasados o simplemente gilipollas que hay en este planeta,
es a mí a quien sentaron en un interrogatorio. Donde no tuvieron ni la cortesía
de jugar al poli bueno, poli malo. A mí me tocaron dos mamonazos.
Apretarle las
tuercas a una chica de veinte tiene que ser algo apasionante, a juzgar por sus
miradas torcidas, sus dientes apretados y el puño cerrado. Como si en verdad yo
hubiera matado a alguien.
“No. Pero me
cargaría a los dos si así pudiera encontrarla”
Qué has hecho con
ella… Conocemos tus antecedentes… Blah, blah, blah.
Esos antecedentes
que tú y yo compartíamos, como si fuera nuestro diario personal. Nuestro
testamento. Nuestra historia. Pero sin ti, ya no tiene sentido acumular cargos.
Sin ti ya no hay pena compartida. Ni nada que merezca la pena acumular.
Las semanas
siguientes a tu desaparición cambié la marihuana por el olor a tinta recién
impresa. Sustituí las etiquetas del tío de la cerveza por imágenes de tu
rostro. Y los desordenados montones de camisetas de nuestros grupos favoritos,
por montañas de carteles de “Se busca”
Teñí los ríos de
la ciudad de tu tinta, y cubrí en papel kilómetros de pared.
Todavía me duele
la cabeza por culpa de la tinta. Las manos, de cansarse empapelando. Los pies,
de correr por el asfalto. Los ojos de llorarte tanto.
Y el corazón…
Él simplemente te
echa de menos, porque no está acostumbrado a tu ausencia. Pero quiero este
dolor. Quiero la puta punzada en el pecho. Porque sé que hasta que no te
encuentre no se va a quedar tranquilo. Sé que así, no podré olvidarte.
Y duele cada día
y duele cada noche. Y me duele al dormir. Pero, si no estás, las horas
nocturnas son de todo, menos de sueño.
Y mi habitación…
La mini cadena… Sí que te echan de menos. Echan de menos tu mierda indie. Tus
canciones tristes. Echan de menos verte bailar y dar saltos sobre la cama.
Tienes que
volver. Porque todo el mundo que construimos a nuestro alrededor te echa de
menos. Y se desmorona. Como un jodido castillo de arena.
Y es que, sin ti, la vida es una mentira de mierda.
Cielos rotos
Hoy sigo, una vez
más, un paso más cerca de morir de tanto echarte de menos. Y miles de pasos más
lejos de encontrarte.
Poco a poco tus
huellas se van desdibujando de la acera en tu calle. Y tu olor de mi cama. De
mi boca, la sonrisa. De mi corazón, la esperanza. Escribo esto porque, aunque
temo que cada vez te tengo más lejos, cada relato es un paso más cerca. Pero
aún no sé de qué.
No sé cuánto
tiempo ha pasado ya, pero tus carteles, con los que cubrí cada palmo de esta
mierda de ciudad, están sepultados por otras gilipolleces. Comidos por la
lluvia. U olvidados por el tiempo. Pero puede que esta ciudad te olvide. Puede
que hasta el puto mundo se empeñe en que tú ya no existes. En que nunca has
existido. Pero yo no olvido. No olvido una promesa. No olvido la promesa de no
olvidarnos. Aunque nos lleve el olvido.
Ahora esa promesa
parece que era una premonición de lo que estaba por ocurrir. Que ni en mis
peores pesadillas. Pero no sé si tú ya sospechabas algo.
Me niego a creer
que esto estaba escrito. Pero lo está, a medida que agoto la tinta y el papel.
A medida que
agoto las lágrimas. Porque ya no tienen recipiente. Tú, que siempre las
recogías de mis mejillas antes de que se estrellaran en el suelo, como un sueño
de cristal.
Tengo que
confesarte algo. El otro día, reventé tu guitarra contra el suelo. La reventé
porque estaba cansada de su silencio.
Que es el tuyo.
Nunca supe tocar
sus cuerdas como tocaba las tuyas. Nunca supe afinarla como sólo tu voz podía
afinar la mía. Nunca supe y nunca aprendí. Porque tú eras toda la música. Eras
poesía, estrofa, verso o concierto. Caricia, abrazo, beso y universo.
Instrumento de
cuerda, de viento. Percusión. Coro angelical. Mi concierto.
Eras las alas de
la mariposa. Me besabas, y producías huracanes en la otra punta de mi cuerpo.
Ahora tu efecto
se va disipando. Como tu olor perdiéndose en la niebla de algún mes lluvioso y gris. Y mi cuerpo sufre una calma extraña. Que ojalá fuera previa a una
nueva tormenta. Pero esta calma amenaza con quedarse. Y mi cielo, con no volver
a romperse.
Somos las de
cielo roto. Viviendo a base de parches. Poniendo uno con cada beso.
Vuelve, porque mi puto cielo no se puede romper solo.
Después de la tormenta
¿Qué son dos
años?
Digo mientras tu
ausencia se me clava en el fondo del corazón.
Algún gilipollas
dirá que dos años son setecientos treinta días. Y no le faltará razón.
Dos años son
setecientos y pico días. Dos años son miles, millones de respiraciones y
latidos. Dos años son casi infinitas gotas de lluvia y decenas de bailes bajo
el agua.
Los días grises,
nuestra pista de baile favorita.
Un verano.
Dos meses y medio
bastaron para darme cuenta de que… de que estaba pillada por ti hasta las entrañas.
Hasta el corazón. Ese mismo órgano que, antes de conocerte, sabía que existía
porque latía y poco más. Que pensé que estaba de adorno, como un apéndice o el
cerebro de algunas personas.
Pero claro,
tuviste que llegar tú y romperme los esquemas. Darles la vuelta. Como hiciste
con mi mundo. Con la sencillez con la que apartabas uno de tus mechones rubios
detrás de la oreja, o con la que fruncías ligeramente los labios justo en el
momento antes de estallar en carcajadas. La calma antes de la tormenta, te dije
de coña aquella vez. Y joder… cómo me gustaba oírte tronar…
Un año.
Un puto año fue
lo que tardé en darme cuenta de que lo que sentía no estaba mal. Que eras e ibas
a ser lo más bonito que me iba a pasar jamás. Que querer a otra chica no me
convertía en un monstruo, porque cómo va a estar mal amar. Y que le den quien
nos obligue a pensar lo contrario.
Nunca te lo dije
abiertamente, pero tú, siempre la listilla, ya habías adivinado mis
sentimientos como el que lee un libro abierto. Tampoco es que hiciese nada por
ocultarlo. Siempre fue así de sencillo contigo. Esa capacidad de comunicarnos con
la mirada, nuestro rincón privado donde sólo existíamos las dos, dejando a un
lado al resto del mundo.
Dos años.
Cariño, dos son
los años que llevabas desaparecida. Y yo te recuerdo como el primer día. Pelazo
rubio, ojos grises de tormenta, vestido blanco y unas botas de vaquero
espantosas. Porque te la sudaban las opiniones y las modas. Alta, delgada. Preciosa.
Un tatuaje de mariposa en la muñeca izquierda.
Un tiempo después
te hiciste tú misma otra más pequeña justo a su lado, con la excusa de que la
pobre había estado demasiado tiempo sola y ya era hora de que encontrase a
alguien que nunca la abandonara. Decías justo esas palabras, mientras me
sonreías. Tranquila, capté la indirecta.
Y me engañaste
pero bien porque yo también pensaba que te tendría a mi lado el resto de
nuestros días. Pero claro, cómo íbamos a saber que tus días iban a ser más
contados que los míos.
Dos años han
tardado en encontrarte en el fondo de un pozo, abandonada en un campo a
kilómetros de tu casa. A kilómetros de mí.
Y no paro de
pensar que tal vez… joder… si te hubiese abrazado más tal vez no hubieses
acabado allí. Si te hubiera besado más fuerte y querido más alto. Si te hubiera
buscado sin ni una puta hora de descanso. Si la noche que desapareciste te
hubiera acompañado…
Porque así es el
mundo de mierda en el que vivimos. Y ya no sé si quiero vivir en él o seguir
para cambiarlo. Como hacíamos nosotras con cada beso. Con cada susurro en la oreja
y con cada abrazo.
Solo que esta vez
ya sé que no estarás a mi lado.
Solo que esta
vez, tu efecto mariposa, se ha terminado.