viernes, 15 de octubre de 2021

Con la música a otra parte


 

Sí. Ya lo sé.

Sé que estás acostumbrada a entrar sin llamar, abriendo puertas y ventanas con el frío de la mañana invernal. Acostumbrada a pasar como un vendaval. Una tormenta que lo arrasa todo a su paso pero que lleva agua al desierto.

Acostumbrada a no pedir permiso. Ni perdón. A correr sin mirar atrás.

A perder el control.

Rompiendo moldes, esquemas, puertas y lo que se ponga por medio.

No es ningún tipo de defecto. Siempre admiré eso de ti. Me encantaba observarte desde un segundo plano mientras tú devorabas el escenario y te comías el mundo. Manzana dorada a tus pies. Y yo, como amante del teatro, sólo podía sentarme y aplaudir.

Hablando de actores secundarios.

Siempre fuiste la protagonista y el personaje principal de mi propia historia. ¿Cómo se supone que debo llenar el resto de páginas en blanco?

Porque te robaste a la audiencia y el escenario. Cerraste el telón y colgaste el cartel de “sold out”.

Te fuiste, como un circo ambulante, con la música a otra parte. Tras de ti sólo el olor a algodón de azúcar y el eco de sonrisas pasadas. Un rastro que sigue. Que sigo. Que por mucho que recorra nunca parece recortar distancias contigo.

Si es que ya lo sé. Correr sin mirar atrás. Como una tormenta de verano. Llegas y te vas.

Bueno.

El otoño siempre fue mi estación favorita de todas formas. Me acostumbraré a dormir entre las hojas caídas del calendario. A buscarte a tientas en los días nublados. A calarme de lluvia hasta los huesos.

A vivir pisando charcos.

A despertarme cuando se acabe Septiembre. Como mi canción favorita.

“Aquí viene la lluvia otra vez. Cayendo desde las estrellas”

Y llegará el invierno. Tienes mi puerta cerrada pero una ventana entreabierta.

Porque baby it´s cold outside.

sábado, 9 de octubre de 2021

Perenne recuerdo


 

Hoy por fin te dejo marchar. Eres libre de abandonar mis pensamientos. Corre, huye, vuela. Y no mires atrás ni de reojo. No me busques por encima del hombro o a través de una habitación llena de caras desconocidas.

Hoy, ya más cerca de los treinta que de los veinte, he tenido un sueño que me hablaba de cambios y, seamos honestos, a estas alturas sabemos que hay cosas que no puedo cambiar a mi alrededor ni dentro de mí. Ya hemos transitado ése camino y ya sabemos dónde acaba. De cara contra la pared o a un paso del abismo.

Pero tal vez puedo hablar de decisiones. Y hoy decido derrumbar las paredes de la habitación en la que has estado viviendo dentro de mi. Ese susurro en mi cabeza que, todavía, no quería dejarte ir a pesar de que tu perfume ya se haya desvanecido completamente de la almohada y de ti sólo queden notitas escritas a lápiz y el eco de tu voz. Cantos de sirena en la distancia.

Decido desterrarte por fin del palacio de mi memoria como el que deja escapar un suspiro de alivio.

Debo hacer el resto del camino sin ti. Debo alzar la mirada y contemplar el espejo sin miedo a encontrarme tu recuerdo. Por agridulce que sea.

Por doloroso que sea dejarte ir.

Pero a veces es mejor arrancar la tirita de golpe y la venda de los ojos.

Aunque a veces sangres. Aunque te ciegue la luz.

Aunque tires la moneda mil veces y sólo salga cruz.

Cojo aire. Aprieto los puños y rechino los dientes. Mirada al frente y un pie sobre el vacío.

Tranquila. Esto me dolerá más a mí que a ti.

Pues tú, mi más perenne recuerdo, tú ya no estás aquí.

viernes, 16 de abril de 2021

Promesas rotas

 


Cuarenta y siete, treinta.

Los números flotaban entre el alcohol y los recuerdos fallidamente reprimidos en las cenagosas aguas de su memoria. Había llegado un punto en el que ya no sabía absolutamente nada sobre nada. Pero de algún modo sabía que aquel número guardaba respuestas ocultas, escondidas tras sus cifras, que no querían ver la luz del día.

Cincuenta y dos, diecisiete.

10 grados bajo cero marcaría el termómetro de la gasolinera, mientras la humedad cristalizaba sobre los botones de la cabina telefónica. Cada bocanada de aire hacía más dolorosa la siguiente, apretando unos pulmones que ya no tenían el aguante de antaño. 

Y aquel puto nudo en la garganta. El palpitar desenfrenado del corazón y un cerebro que estaba demasiado adormecido como para comprender las señales que le enviaba el resto del cuerpo. "Haz lo que quieras. Haz el pino y rómpete una muñeca, emborráchate hasta el olvido, rompe el jodido hielo a puñetazos y ahógate en el mar si hace falta. Pero no marques ese último número. Nada que puedas hacer va a doler tanto como marcar ese último número."

"No marques el veintritrés, no marques el veintitrés. Te lo suplico"

Veintitrés.

"Siempre fuiste bastante gilipollas"

Marcando.

Llamando. 

Llamando en la noche. La sensación más triste del mundo.

Y aunque todo a su alrededor se estuviera congelando las palmas de sus manos no paraban de sudar, mientras sus dedos temblaban y sólo querían soltar el teléfono y huir. Escapar de esas manos prisioneras hacia el horizonte infinito y las negras aguas del mar.

"Maldito psicópata. Al menos piensa bien tus palabras. No digas lo primero que te venga a la cabeza. Repito: no digas lo primero que se te ocurra"

- ¿Diga? - dulce como la miel y el olor a primeros días de primavera, una voz de mujer adormecida, seguramente recíen despertada por una llamada a las cuatro de la mañana desde una cabina telefónica a miles y miles de kilómetros de distancia.

- ¿Soy...soy un ser de luz? - si sus pensamientos tuvieran forma física se estarían llevando las manos a la cabeza en este preciso instante. Al otro lado de la línea, atravesando una distancia que bien podría ser infinita, un suspiro. - Por favor, necesito saber qué soy.

- Tú... -la voz cálida de repente se parecía más a una puñalada en el corazón con una esquirla de hielo que a una mañana de primavera. - Eres un agujero negro. Un pozo sin fondo que no deja escapar una gota de luz o felicidad. Simplemente destruyes todo cuanto tocas.

"Si en algún momento de tu genial idea tenías la esperanza de que esto acabara bien espero que te estés dando cuenta de por dónde van los tiros"

Era sólo una voz. Pero ningún arma podría herir más profundo.

- No entiendo. Eres sólo una voz. ¿Por qué duele hablar contigo?

De nuevo otro suspiro triste, perdiéndose en el ruido blanco de la llamada.

- Lo has vuelto a hacer, ¿verdad?. Ya no puedo ni estar sorprendida. ¿Voy a colgar de acuerdo? No quiero volver a formar parte de otra de tus espirales de autodestrucción.

- ¡No por favor, no te vayas! - ya había dicho aquellas palabras antes. Tal vez demasiadas veces. Ninguna palabra podía alcanzar el lugar al que deseaba llegar, un corazón a años luz de distancia. Mundos paralelos condenados a no cruzarse nunca jamás.

- Estás borracho... Me levanto en tres horas. Tengo otra vida. Tengo una vida. Va siendo hora de que saques los trozos rotos de la tuya del fondo de la botella y empieces una nueva. De verdad.

- No sé cómo empezar. No sé cómo se sigue ni se supera ésto. No sé cómo se vive sin ti.

- Mira...- un suspiro, de nuevo. Cada vez más triste - Ya no quiero ser la respuesta a tus preguntas. No puedo serlo. Merezco ser feliz. Todos lo merecemos... Incluso tú. Por favor... Sé que en la siguiente borrachera vas a olvidar todo esto y quizás sea lo mejor, pero por favor recuerda esto: tú también mereces pasar página. Cuídate, ¿vale?.

La voz se apagó al otro lado para dar lugar a la estática de una línea telefónica vacía y a la gélida brisa marina pinchando con agujas invisibles cada poro de su piel.

Alguien, a miles y miles de kilómetros de distancia, apretaba su cara contra la almohada en una habitación oscura, intentando ahogar un grito mientras las lágrimas se acumulaban en sus párpados. Se había prometido no volver a llorar por él. 

Otra de sus promesas rotas.


lunes, 8 de marzo de 2021

Dime

Dime.

Dime en qué momento perdimos el autocontrol, el control y la razón. El corazón.

En qué momento soltamos el mando de éste tren sólo para darnos cuenta demasiado tarde y vernos descarrilar. Vagones rotos en la nieve. Moriremos de hipotermia.

Cuándo dejamos de observar la vela consumirse y dejamos el gas abierto hasta que, sorpresa, el mundo reventó por los cielos mientras veíamos nuestra vida volar en mil pedazos.

Un mosaico de fotos y fechas de calendario señaladas en rojo. Con tu pintalabios favorito.

Dime.

Dime qué sentías al ir cuesta abajo y sin frenos. Al saltar sin paracaídas. Al poner la mano en el fuego sólo por ti. Creo que de tanto querer atrapar la llama la acabamos extinguiendo. Esto siempre fue una carrera a contrarreloj. Esto que llaman amor.

Quisimos amar despacio y con calma pero el tiempo siempre tiene prisa y nunca perdona. Y eso es algo que jamás le perdonaré al reloj. A las horas perdidas. A las hojas del calendario marchitándose en otoño. A la nieve acumulándose en el tejado.

Y, como Madrid, nos quedamos helados.

Sábanas frías. Sombras y recuerdos tristes durmiendo en tu lado de la cama. La cortina descendiendo sobre el escenario.

Dime qué se siente al jugar a la ruleta rusa y apuntarme con el último disparo. Al saber que todo pende de un hilo mientras bailas con las tijeras entre tus manos.

Dime. Miénteme si es necesario. Dime que todo saldrá bien y que al dar la vuelta a la esquina estarás ahí esperando. Dime que sabes lo que haces mientras sujeto la manzana sobre mi cabeza y tú tensas el arco.

Dime que nos hundiremos mientras los violines lloran, aunque luego subas al primer tablón que encuentres. Yo mismo te ayudaré mientras desaparece el barco.

Fuimos el manual de cómo construir un castillo de naipes bajo la tormenta. Una partida de póquer a las tres de la mañana en la que tú tienes todos los ases, las escaleras y los colores. Mientras yo sólo puedo ver los números alejarse. Tal vez sea cierto que siempre gana la banca.

Así que dime. Dime en qué momento amañaste la partida. En qué momento abriste los ojos.

En qué momento dejamos de soñar.

En qué momento dijiste “para, que me quiero bajar”.

sábado, 26 de septiembre de 2020

Tú, te, contigo.


 

Me siento tan tuyo que sólo puedo ser yo cuando estoy contigo. Así es la vida y el camino que decidí tomar cuando, por sorpresa, te presentaste en mi vida una tarde de otoño cualquiera. Como el que no quiere la cosa.

Tú. Tú eres tan tuya que no podrías ser otra persona. Inconfundible. Imprescindible. Única. Tuya. Mía.

Te siento tan mía que, incluso con el pasar no tan lento del tiempo o las distancias no tan cortas, puedo sentir tus dedos entre mi pelo con sólo cerrar los ojos. E imaginarte. Cómo no imaginarte y sentirte a mi lado. Incluso con un mar de distancia y varios cientos de millas de cielo que surcar de por medio.

Llegaste por sorpresa y cambiaste hasta los pronombres en mi vida.  Porque sólo tú podrías convertir un solitario yo en nosotros. Sólo tú podrías dar orden y concierto a este amasijo de notas desafinadas y sacar las canciones escondidas en las paredes de una habitación oscura para que suenen a pleno pulmón.

Permíteme que siga desafinando. Jugando a mezclar sílabas y palabras. Tú ponles el ritmo. Y, aunque no tengo ni idea de bailar, bailémosle a la vida juntos.

Tan mía.

Te siento tan mía que, cuando te oye cantar, mi corazón canta contigo mejor de lo que jamás podría hacerlo mi voz. Tan mía que, cuando te veo llorar, siento el nudo en la garganta. Tan mía que cuando sonríes revolotea un batir de alas en mi estómago. Nuestro efecto mariposa.

Y de repente la música tiene muchos más matices, armonías y notas que nunca antes había percibido, volviéndose más compleja. Pero también más fácil de entender de lo que nunca antes la había entendido. Basta con mirarte a los ojos. Basta con pensar en nosotros.

Nos siento tan nosotros que pensar en el futuro es sinónimo de hacerlo contigo.

Nos siento tan nosotros que, la vida sin ti, sólo sería “vi” y daría lo mismo.



créditos a la maravillosa autora de la imagen: https://www.deviantart.com/aenami


viernes, 27 de julio de 2018

Efecto Mariposa




Una de Thelma y Louise

A veces no puedo alejar estos pensamientos de mi cabeza.

Porque antes era más fácil. Antes estabas tú. Estábamos las dos, como yo estoy ahora.

Tumbadas sobre el capó desconchado del viejo coche, que ni ruedas tenía. Lleva años así y no recuerdo qué hicimos con ellas. Un viejo Mercedes verde, feo como él solo, abollado por todas partes y comido por la herrumbre.

Recuerdo el día que arrancamos los asientos de atrás y los llevamos hasta nuestro refugio de bloques de hormigón, para usarlos como sofá. Con el tiempo se convertiría en uno más de la familia, con sus cicatrices y todo. Como nosotras.

El día que reventamos la luna y los cristales de las ventanillas con un martillo, porque te habían expulsado del instituto y necesitabas desahogarte. El mosaico de cristales todavía se puede ver, si rebuscas un poco entre los hierbajos que han ido creciendo con el tiempo. También como crecimos nosotras. A contracorriente del mundo. Como siempre.

Esta noche hay tantas estrellas que me cuesta ver la Luna. O tal vez es que ya voy demasiado colgada, a medida que el denso humo del canuto de maría se mezcla con la infinita oscuridad de la galaxia. Formando nubes ocres que desaparecen en esta mierda de humedad otoñal.

Ahora odio el puto otoño. Porque me recuerda a ti.

Qué mierda…. Odio la primavera, el verano, el invierno…

A veces no puedo alejar estos pensamientos de mi cabeza.

Antes estabas tú justo aquí, a mi lado. Sobre el capó desconchado. Fumando y contando estrellas, cogidas de la mano como si fuésemos las jodidas Thelma y Louise.

Ahora, no puedo evitar pensar que tal vez el único cielo que estés contemplando son tres metros de tierra batida y una colonia de gusanos sobre ti…

Llevas dos meses desaparecida según todos los noticieros y periódicos. Esa es la versión oficial. Para mí llevas dos meses, cuatro días, trece horas con dieciséis minutos y, ahora, veintidós segundos.

Y no puedo evitar odiarte, por robarle tiempo al tiempo de nuestras vidas. Ya sabes, el que prometimos que pasaríamos juntas. En este vertedero de chatarra y en todos lados. El cielo es el límite.  Joder, cómo nos gustaba soñar.

Aguanta un poco más, porque te voy a encontrar. 

Voy a volver a soñar. Aunque sea con tus huesos.



Mentira de mierda

Como le dije a aquel policía.

“No. Pero mataría por volver a verla”

No. Pero te mataría a besos. A abrazos. A bocados. Hasta no saber si la sangre que mancha mis manos es tuya, mía. O del cabrón que te haya tocado.

De todos los cerdos, pirados, retrasados o simplemente gilipollas que hay en este planeta, es a mí a quien sentaron en un interrogatorio. Donde no tuvieron ni la cortesía de jugar al poli bueno, poli malo. A mí me tocaron dos mamonazos.

Apretarle las tuercas a una chica de veinte tiene que ser algo apasionante, a juzgar por sus miradas torcidas, sus dientes apretados y el puño cerrado. Como si en verdad yo hubiera matado a alguien. 

“No. Pero me cargaría a los dos si así pudiera encontrarla”

Qué has hecho con ella… Conocemos tus antecedentes… Blah, blah, blah.

Esos antecedentes que tú y yo compartíamos, como si fuera nuestro diario personal. Nuestro testamento. Nuestra historia. Pero sin ti, ya no tiene sentido acumular cargos. Sin ti ya no hay pena compartida. Ni nada que merezca la pena acumular.

Las semanas siguientes a tu desaparición cambié la marihuana por el olor a tinta recién impresa. Sustituí las etiquetas del tío de la cerveza por imágenes de tu rostro. Y los desordenados montones de camisetas de nuestros grupos favoritos, por montañas de carteles de “Se busca”

Teñí los ríos de la ciudad de tu tinta, y cubrí en papel kilómetros de pared.

Todavía me duele la cabeza por culpa de la tinta. Las manos, de cansarse empapelando. Los pies, de correr por el asfalto. Los ojos de llorarte tanto.

Y el corazón…

Él simplemente te echa de menos, porque no está acostumbrado a tu ausencia. Pero quiero este dolor. Quiero la puta punzada en el pecho. Porque sé que hasta que no te encuentre no se va a quedar tranquilo. Sé que así, no podré olvidarte.

Y duele cada día y duele cada noche. Y me duele al dormir. Pero, si no estás, las horas nocturnas son de todo, menos de sueño.

Y mi habitación… La mini cadena… Sí que te echan de menos. Echan de menos tu mierda indie. Tus canciones tristes. Echan de menos verte bailar y dar saltos sobre la cama.

Tienes que volver. Porque todo el mundo que construimos a nuestro alrededor te echa de menos. Y se desmorona. Como un jodido castillo de arena.

Y es que, sin ti, la vida es una mentira de mierda.


Cielos rotos

Hoy sigo, una vez más, un paso más cerca de morir de tanto echarte de menos. Y miles de pasos más lejos de encontrarte.

Poco a poco tus huellas se van desdibujando de la acera en tu calle. Y tu olor de mi cama. De mi boca, la sonrisa. De mi corazón, la esperanza. Escribo esto porque, aunque temo que cada vez te tengo más lejos, cada relato es un paso más cerca. Pero aún no sé de qué.

No sé cuánto tiempo ha pasado ya, pero tus carteles, con los que cubrí cada palmo de esta mierda de ciudad, están sepultados por otras gilipolleces. Comidos por la lluvia. U olvidados por el tiempo. Pero puede que esta ciudad te olvide. Puede que hasta el puto mundo se empeñe en que tú ya no existes. En que nunca has existido. Pero yo no olvido. No olvido una promesa. No olvido la promesa de no olvidarnos. Aunque nos lleve el olvido.

Ahora esa promesa parece que era una premonición de lo que estaba por ocurrir. Que ni en mis peores pesadillas. Pero no sé si tú ya sospechabas algo.

Me niego a creer que esto estaba escrito. Pero lo está, a medida que agoto la tinta y el papel.

A medida que agoto las lágrimas. Porque ya no tienen recipiente. Tú, que siempre las recogías de mis mejillas antes de que se estrellaran en el suelo, como un sueño de cristal.

Tengo que confesarte algo. El otro día, reventé tu guitarra contra el suelo. La reventé porque estaba cansada de su silencio.

Que es el tuyo.

Nunca supe tocar sus cuerdas como tocaba las tuyas. Nunca supe afinarla como sólo tu voz podía afinar la mía. Nunca supe y nunca aprendí. Porque tú eras toda la música. Eras poesía, estrofa, verso o concierto. Caricia, abrazo, beso y universo.

Instrumento de cuerda, de viento. Percusión. Coro angelical. Mi concierto.

Eras las alas de la mariposa. Me besabas, y producías huracanes en la otra punta de mi cuerpo.

Ahora tu efecto se va disipando. Como tu olor perdiéndose en la niebla de algún mes lluvioso y gris. Y mi cuerpo sufre una calma extraña. Que ojalá fuera previa a una nueva tormenta. Pero esta calma amenaza con quedarse. Y mi cielo, con no volver a romperse.

Somos las de cielo roto. Viviendo a base de parches. Poniendo uno con cada beso.

Vuelve, porque mi puto cielo no se puede romper solo.



Después de la tormenta

¿Qué son dos años?

Digo mientras tu ausencia se me clava en el fondo del corazón.

Algún gilipollas dirá que dos años son setecientos treinta días. Y no le faltará razón.

Dos años son setecientos y pico días. Dos años son miles, millones de respiraciones y latidos. Dos años son casi infinitas gotas de lluvia y decenas de bailes bajo el agua.

Los días grises, nuestra pista de baile favorita.

Un verano.

Dos meses y medio bastaron para darme cuenta de que… de que estaba pillada por ti hasta las entrañas. Hasta el corazón. Ese mismo órgano que, antes de conocerte, sabía que existía porque latía y poco más. Que pensé que estaba de adorno, como un apéndice o el cerebro de algunas personas.

Pero claro, tuviste que llegar tú y romperme los esquemas. Darles la vuelta. Como hiciste con mi mundo. Con la sencillez con la que apartabas uno de tus mechones rubios detrás de la oreja, o con la que fruncías ligeramente los labios justo en el momento antes de estallar en carcajadas. La calma antes de la tormenta, te dije de coña aquella vez. Y joder… cómo me gustaba oírte tronar…

Un año.

Un puto año fue lo que tardé en darme cuenta de que lo que sentía no estaba mal. Que eras e ibas a ser lo más bonito que me iba a pasar jamás. Que querer a otra chica no me convertía en un monstruo, porque cómo va a estar mal amar. Y que le den quien nos obligue a pensar lo contrario.

Nunca te lo dije abiertamente, pero tú, siempre la listilla, ya habías adivinado mis sentimientos como el que lee un libro abierto. Tampoco es que hiciese nada por ocultarlo. Siempre fue así de sencillo contigo. Esa capacidad de comunicarnos con la mirada, nuestro rincón privado donde sólo existíamos las dos, dejando a un lado al resto del mundo.

Dos años.

Cariño, dos son los años que llevabas desaparecida. Y yo te recuerdo como el primer día. Pelazo rubio, ojos grises de tormenta, vestido blanco y unas botas de vaquero espantosas. Porque te la sudaban las opiniones y las modas. Alta, delgada. Preciosa. Un tatuaje de mariposa en la muñeca izquierda. 

Un tiempo después te hiciste tú misma otra más pequeña justo a su lado, con la excusa de que la pobre había estado demasiado tiempo sola y ya era hora de que encontrase a alguien que nunca la abandonara. Decías justo esas palabras, mientras me sonreías. Tranquila, capté la indirecta.

Y me engañaste pero bien porque yo también pensaba que te tendría a mi lado el resto de nuestros días. Pero claro, cómo íbamos a saber que tus días iban a ser más contados que los míos.

Dos años han tardado en encontrarte en el fondo de un pozo, abandonada en un campo a kilómetros de tu casa. A kilómetros de mí.

Y no paro de pensar que tal vez… joder… si te hubiese abrazado más tal vez no hubieses acabado allí. Si te hubiera besado más fuerte y querido más alto. Si te hubiera buscado sin ni una puta hora de descanso. Si la noche que desapareciste te hubiera acompañado…

Porque así es el mundo de mierda en el que vivimos. Y ya no sé si quiero vivir en él o seguir para cambiarlo. Como hacíamos nosotras con cada beso. Con cada susurro en la oreja y con cada abrazo.

Solo que esta vez ya sé que no estarás a mi lado.

Solo que esta vez, tu efecto mariposa, se ha terminado.

jueves, 8 de febrero de 2018

Show must go on





Recuerdo que por aquellas todavía pasaba los días y las noches buscando y reuniendo canciones, de este rollo indie que se me ha pegado tanto estos últimos años, que me recordasen a ti. Para que pasara lo que pasara te sintiera un poco más cerca.

Al alcance de un estribillo o a la distancia de una sílaba. Siempre, por supuesto, respetando los tempos. Bajo un compás lento. Como no podía ser de otra manera.

Como caían los copos de nieve en esas noches de invierno. Al ritmo de una respiración suave.

Siempre al unísono del corazón.

Sé que lo mío es y será escribir. Pero me hubiera encantado saber cantar. Tal vez así podría haberte contado mejor lo que eras para mí, cuando las palabras por sí solas, aunque bonitas, quedaban un tanto desnudas.

Tal vez al compás de unos acordes de guitarra. O cantado a capella. Deslizado entre el lamento suave de un violín. O gritado a pleno pulmón.

Ahora, bueno. Ahora todo suena igual.

¿Qué curioso, verdad? Siempre me intentabas hacer enfadar, juguetonamente, diciendo que toda mi música sonaba igual.

Ahora sin duda lo hace. Ahora o he perdido el oído o se han desvanecido los matices.

O he perdido el corazón. O la razón.

Pero es verdad, ya nada suena como antes.

Sonidos sordos, como cantos de sirena desde las profundidades del océano. Yo como Ulises.

Ahora me cuesta seguir el ritmo, porque mi corazón ya no late igual. Ha decidido cambiar de sintonía a versos aún desconocidos. Como siempre esperando a que suene la siguiente canción.

Aunque de diferente concierto.

Show must go on.